lunes, 15 de febrero de 2010

Revelación

Hoy me he dado cuenta de dos cosas muy importantes en mi vida.

Hay otras, por supuesto, que son importantes. Algunas no se pueden contar aquí, cada vez me gusta ser más reservada con ciertos aspectos de mi vida, aunque me resulte bastante lamentable que tenga que ser así.

Otras las sabe ya quien debe saberlas, y las he preferido limitar al ámbito que les concierne. Y punto.

Sin embargo, hay cierto aspecto de mi vida, al que podríamos considerar público, que no me importa compartir. Sin entrar en cuestiones de porcentajes, no revelaré tampoco qué porcentaje hay de mí en cuanto escribo (¿acaso lo sé?). Pero sí puedo hablar libremente sobre temas artísticos, que me apasionan y preocupan a partes iguales.

Ahora bien, esas dos revelaciones a las que he llegado hoy me han tocado muy hondo, y creo que hemos alcanzado un punto de no retorno.

Lo primero, por favor, lo ruego por todos los dioses y demonios, si es que los juramentos tuvieron alguna vez validez, NUNCA JAMÁS me dejéis escribir una novela (o relato, o lo que sea) de romanos. NUNCA, never ever. Da igual de qué trate, da igual si es larga, corta, o incluso si es la obra maestra del siglo. Lo que yo sé sobre esto, que quede donde está y que no salga de mi mano una obra latina. Podré traducir, interpretar, o incluso criticar, pero que no escriba yo una obra literaria arromanada.

Y si alguna vez lo hago, recordadme este propósito, y que el cielo caiga sobre nuestras cabezas.

En otro orden de cosas, pero también en cuestiones literarias, hablábamos hoy sobre la Nueva Crítica y la poesía, y sobre por qué en algunas épocas han triunfado más unos géneros que otros. Entonces de repente, al mencionar que el realismo tiene mayor rendimiento en géneros narrativos como la novela, porque tienen así más espacio para describir a su mayor número de personajes, me he dado cuenta del porqué no funciono bien escribiendo relatos.

El problema no está en la amplitud del texto que escribo (pues también tengo textos breves que me gustan y parecen funcionar); el problema viene más bien por la amplitud de la historia que quiero contar, aunque luego en texto sea más breve.

Cuando me pongo a escribir, en mayor o menor medida, conozco al personaje sobre el que escribo. No físicamente, por supuesto, pero sí sé cómo es, su carácter, sus gustos, pequeñas manías, qué le ha pasado en la vida, a qué le recuerdan ciertos olores, sabores, sus preocupaciones y sus sueños, sus aspiraciones de mañana, y muchas otras cosas que, en definitiva, forman una vida.

Y cuanto más lo conozco, tanto mejor sale el texto. Por eso, cuando escribo algo corto (como un relato o un cuento), cuya historia se limita a esas páginas, queda como vacío, casi absurdo. Es como tratar de juzgar las acciones de alguien a quien no conoces.

Pero cuando ese personaje, por una razón o por otra, me llega más dentro, la historia que escribo es más profunda. Y podría citar varios casi sin pensar, porque a muchos de ellos me he atado (casi) demasiado, y les he cogido cariño. Algunos de ellos tienen su parte de historia ya contada, otros están aún esperando a que tenga tiempo, pero su vida está ahí, ante mí y dentro de mí, esperando.

Y sé que lloraré cuando pase algo, porque ya sé que tiene que pasar, que ha pasado. Pero ahora me entiendo un poco mejor, y comprendo más cómo va eso de escribir, de contar cosas. Releeré a Pirandello, con quien desde la primera vez me sentí identificada, y algún día alguien - espero - hablará de esto, y compartirá conmigo sus opiniones, que tal vez sean las mismas.

Y si, en un futuro, tengo que dar explicaciones, me aferraré a esto y os lo contaré una vez más. Porque las historias están ahí para que las contemos, sin que podamos modificarlas. Aunque a veces eso nos gustaría más que nada.

4 comentarios:

Hinageshi dijo...

Porque yo también me siento así con los personajes, y porque creo que es inevitable que formen una parte de ti.

Ojo de gato dijo...

Yo creo que así es como debe ser, hay que sentir lo que se escribe

Menelmakar dijo...

Y en el fondo todos los personajes tienen algo del escritor.

Morgana Majere dijo...

De acuerdo con vosotros, pero pei, todo tiene parte del escritor. Aunque me apuesto varios dedos (y no los pierdo) a que nadie sería capaz de aislar, por ejemplo, qué tiene de mí Cassandra en realidad. Porque puede tener cosas que conozco porque han pasado por mi vida, pero de mí... Difícil :)