miércoles, 15 de enero de 2014

Fragmentos. La otra Penélope

Pasajes de Las voces de Penélope, pieza teatral de Itziar Pascual
(extractos del artículo "“Penélope se hace a la mar: la remitificación de una heroína”, 
de R. González Delgado (2005), Estudios Clásicos 128, pp. 7-21).


«También la mujer que espera (que en un momento de la obra se convertirá en 'la mujer que esperó'), con un carácter atemporal, viene a decir que no hay final para la espera y no se puede retener el amor, pues la desesperación de la espera termina por hacer mella en la mujer (p. 114):
LA MUJER QUE ESPERA. Días, semanas, meses. Fragmentos de una eternidad que se posa sobre mi piel. Sobre mi rostro ojeras que me regaló la noche; el brillo en los ojos del sueño helado; los labios partidos de no besar, o de hacerlo para conjurar tu recuerdo. No sé. Me alivia saber que fui capaz de vivir una noche más sin ti. Me enseñaste a amar, a reír, a volar. Pero se te olvidó enseñarme a olvidar».

«PENÉLOPE. La historia oficial no me representa, porque está tallada por los vencedores. La mía la escribió en piedra mi marido, Ulises. Fue una vida para la gloria y la conquista, el triunfo sobre la guerra y la muerte. Mi conquista fue mucho más discreta: la del diminuto espacio del ser y el estar. Aprendí a esperar, pero no como ellos creen. La espera es una forma de resistencia. Es un acto silencioso de reafirmación. [...] Al principio -es verdad- esperaba por él. Esperaba la sorpresa de su barco en el horizonte [...]. El tiempo me hizo menos dependiente. Asumí que aquel hijo era sólo mi hijo; que la historia de nuestro tálamo estaba perdida y obviada. Que sólo volvería cuando se sintiera satisfecho de sí mismo. Aunque ello le llevara buena parte de mi historia cotidiana; lo mejor de mi juventud y de mi fe en la vida [...]. El dolor. (Largo silencio.) Las primeras lunas me visitaron con el hastío de la vejez prematura. Me preguntaba por el sentido de aquella ausencia, de aquel ir en busca de bienes, ese infinito deseo por lo que no tenía. Ese querer siempre más. Fue entonces, una de esas noches, cuando alguien me sugirió el juego del telar. A tejer y destejer [...] ... Imprescindible para hilar esa parte de historia oficial que tanto les gusta [...]. A veces me pregunto qué le hizo volver. No lo hizo por mí. La vejez me ha hecho intuir que fue un acto de demostración. Había salido triunfante de las batallas, nadie podía con su tenacidad. Un guerrero sin oda no es nadie. [...]. La espera me hizo más fuerte, más segura y descreída. Llegaban rumores constantes de regresos o tragedias. Y un día aprendí a esperar. A esperarme a mí misma. Y a proteger un poco ese lado del corazón que se hace arena o fuente, dependiendo de la luz que lo ilumina. Aprendí a mirar mi sombra paseando por la orilla con una tristeza que construye futuro. Esa tristeza dio paso a la serenidad. Y la serenidad a la calma. Y la calma a la inquietud por ser yo, no la espera de otro. Me esperé a mí misma. Esta es mi verdadera historia».

«LA MUJER QUE ESPERA. ¿Quién viajó de los dos? Yo me fui sin mover los pies. Me revolví hasta desaparecer. Tú viajaste para volar; yo, para enterrarme y renacer. Ahora sé que tu viaje fue una invitación al mío. [...]. Sabes, Ulises ... ¿Te importa que te llama Ulises? Me hiciste daño. (Pausa.) Y me hiciste bien. Me regalaste el desgarro envuelto en papel de celofán. Pero al romperme, me vi atrapada en la historia; en la mirada de esas mujeres que aguardan tras la celosía de una ventana. Y decidí salir. Rasgar mi piel para tomar otra. (Pausa.) Y volé, Ulises. Con las alas de quien se sintió mendigo de la vida y ahora se sabe propietario de ella. [...] Supongo que ahora entiendes mi silencio. Meses y meses sin palabras, sin cartas, sin llamadas. Pero sólo lo supongo, Ulises. Llega un día en que las huellas de lo que ocurrió se hacen borrosas. Y te confundes al repetir cómo fue ... t...] Y ahora estás aquí. A la vuelta de los años. Solo. (Pausa.) Pero esa es otra historia. Tú querías saber. Y esto es lo que fue».

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