domingo, 21 de julio de 2013

La vida

Nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar, decía Jorge Manrique. Otros afirmaron que la vida es como un viaje en tren. O como un libro. O como cualquier otro elemento metafórico a través del cual el hombre haya tratado de explicar ese misterio que nos atañe del nacimiento a la muerte. 

Parece, empero, que olvidamos que la vida no somos solo los individuos particulares. La Vida es algo mucho más grande que nos supera, y nosotros no somos más que motas de polvo en el inmenso universo. 

Yo prefiero entender la vida como algo diferente. En la inmensidad del mundo que nos rodea, donde un año es un suspiro, las vidas son iguales unas a otras. Todos nacemos, todos morimos, y eso es lo único que importa. Año tras año, el ciclo siempre permanece. Al verano le sigue el otoño; al otoño, el invierno; tras él llega la primavera y, al terminar esta, de nuevo el verano. Eso es algo que seguirá siendo así hasta que el mundo se destruya y nos sumamos en el hielo eterno, en el olvido. 



Pero hasta entonces, esta efímera existencia que es nuestra vida no es más que un brevísimo suspiro, un año dentro de toda la eternidad. 

Algunos nacen en lo más crudo del invierno, rodeados de hostilidad y sus primeros pasos tienen por compañeros el frío y el hambre. Hay quienes de estos no sobreviven. Para algunos el invierno no llega a pasar jamás. 

Otros nacen en primavera, con los brotes verdes. Pasan su infancia, su juventud, plantando semillas que esperan algún día ver tornarse en frutos jugosos y apetecibles. 

Los hijos del verano llegan a este mundo como una centella, cargados de fuego, y lo consumen todo a su paso. Son movimiento, son calor, la intensidad de una llama danzarina, aunque corren siempre peligro de abrasar cuanto les rodea. 

El otoño recibe a su progenie con la promesa del frío y los cría fuertes, firmes, constantes. Aquellos que despiertan con las hojas ya amarillas y una alfombra de despojos en el bosque aprenden desde muy pronto que la muerte es nuestro destino final y van mejor preparados para el invierno. 

No son iguales las estaciones para todos, aunque el ciclo no cambie nunca. Hemos modificado tanto nuestra conducta, nuestra esencia, que no somos capaces ya de reconocer la influencia de la Rueda en nuestra vida. Si tan solo supiéramos cuándo plantar, cuando cuidar, cuando recolectar y cuando conservar la cosecha, nuestras vidas serían quizás más sencillas. 

Mas no conviene prolongar las estaciones. Mi tiempo de sembrar se terminó. He de comenzar a recolectar los frutos de mis primeras cosechas antes de que estas se pudran en sus ramas y lo único que quede para mí sea el olor dulzón de los sueños rotos, una pulpa sanguinolenta que apenas servirá para alimentar a las ratas. 

Ha llegado el momento y el paso de estación. Es momento de trabajar, es momento de cambios. Pero siempre, siempre, hacia adelante. Porque no importa su bondad o su maldad o lo apropiado del momento, el tiempo jamás se detendrá por ninguno de nosotros. La rueda gira y gira...


viernes, 19 de julio de 2013

Panteón, de Carlos Sisí


tulo: Panteón.
Autor: Carlos Sisí.
Editorial:Editorial Planeta.
1º Edición: Marzo 2013.
ISBN: 978-84-450-0117-2356.
Páginas: 470.
Dimensiones: 16x23.
Formato: Tapa dura.
Precio: 19,50.









La grandeza de un escritor no se revela en la complejidad de sus palabras ni en intrincados giros narrativos que, más que sorprender al lector, pueden llegar a extraviarlo. Se nos descubre, más bien, entre otras cuestiones, en su capacidad de convertir lo cotidiano en algo extraordinario.

Las novelas de Carlos Sisí, autor de la trilogía de Los Caminantes, de la novela breve Edén Interrumpido, del eco-thriller La Hora del Mar y de la flamante ganadora del Minotauro 2013 Panteón, están escritas con una prosa aparentemente sencilla, como “de andar por casa”. Son fáciles de leer, fluidas, y transmiten una sensación de comodidad narrativa que traslada al lector con facilidad de una página a la siguiente. Sin embargo, al fijar la atención en los pequeños detalles, se descubren los engranajes que las convierten en obras aclamadas por el público. Ese noséqué que las hace diferentes.

Con la notable excepción del suave zumbido de las viejísimas máquinas, un sosegado silencio flotaba en el interior de la nave. Así comienza Panteón, con el sibilante susurro de la maquinaria de la Sally rondando nuestro pabellón auditivo gracias a una afortunada aliteración que se extiende por esta contundente primera frase. Y así continúa su aventura a lo largo de trescientas cincuenta y séis páginas que se pasan como un suspiro.

Comenzó su periplo literario con el terror zombi, el apocalipsis y el fin de la humanidad amenazada por la propia raza humana; consiguió generar una angustia desoladora a través del mero ladrido de un perro; y sometió al hombre a una nueva condena que nacía del mar. Ahora la Tierra ni siquiera existe, explotó hace algo más de diez mil años, y la civilización se ha extendido por el universo, donde continúa su evolución y su cada vez más compleja existencia. Y sin embargo, se mueve.

Carlos Sisí se maneja con comodidad en diferentes escenarios, en distintos géneros literarios que, en el fondo, utiliza casi como pretexto para hablar de la psique humana, del comportamiento que nunca cambia, de los diversos futuros que nos esperan ¾y, de verdad, en algunos casos espero que no sea un Nostradamus moderno.

Quizás su aporte a la ciencia ficción no tenga tanta trascendencia como la revolución que personajes como el Padre Isidro o Juan Aranda suponen para el género zombi ¾y en este caso debo confesarme profana en estos ambientes futuristas y futuribles¾, pero eso no le quita calidad a una novela donde el peso lo lleva una trama que va in crescendo hasta un final trepidante donde el tiempo se agota cada vez más rápido para todos los protagonistas.

Mal y Fer vuelven a formar un dúo tragicómico a través del que se nos va llevando más y más profundo en las entrañas del planeta E-93472-N, aunque su protagonismo se verá eclipsado pronto por un personaje que, junto a Gulich, el mastín de Los Caminantes, encabeza una lista de secundarios entrañables que espero que Carlos Sisí aumente en posteriores novelas. Por supuesto, hablo del robot Centurión Bob, que no dudo hará las delicias de todos los lectores.

En intensa pugna por el Primer Premio al Mejor Villano de la Literatura Sisiana, Jebediah se enfrenta al Padre Isidro con su cuerpo tecnológicamente implementado y una frialdad y crueldad dignas de los más aberrantes personajes de las filas del Mal. Su carácter y sus actos lo sitúan cerca de figuras como Darth Vader o, por cuestiones que es mejor no desvelar, el Rey Brujo de Angmar.

Sin embargo, el personaje de Maralda Tardes se me queda un poco desdibujado. Sus apariciones en la novela me parecen siempre incompletas, como si les faltase un “algo más”. Es como un deus ex machina que se nos presenta aquí y allí, sorprendida y un poco confundida ante todo lo que su mente debe procesar, y es quizás ese pasmo el que impide que se desarrolle tanto como debería haberlo hecho, sobre todo en comparación con nuestros dos protagonistas masculinos, con quien resulta más sencillo identificarse.

Esta es la obra más madura del autor, en la cual se nota claramente una progresiva y positiva evolución en la calidad y donde ha ido subsanando pequeños errores de las novelas anteriores. Todas las pequeñas pistas que iba dejando en La Hora del Mar ¾ese regusto a ciencia ficción, esa mirada continua al espacio en busca de otra vida¾ eclosionan en esta novela de forma mucho más preciosista y cuidada que en la anterior, revelando la mejoría que da la práctica y los conceptos que han quedado ya bien asentados por el paso del tiempo. Es un paso más hacia la creación de una completa colección de obras que, con el tiempo, recibirán la atención que merecen.

Por todo esto, y desde mi humilde punto de vista de lectora voraz y despiadada, Panteón es una novela muy recomendable tanto para seguidores del género CIFI como para noveles o incluso desconocedores de este tipo de literatura. Sus puntos fuertes (esa trama que nos arrastra sin darnos cuenta a través del misterio hasta una antiquísima y monumental sala en torno a la que se producirá el climax final de la obra; ese carismático antagonista y los protagonistas atascados en el planeta desconocido y condenado a la destrucción; ese ritmo narrativo intenso y esa prosa que atrapa sin posibilidad de huída) superan con mucho a las faltas que la obra pueda tener y que pueden achacarse a la celeridad en la escritura. Lo cual se comprende a la perfección cuando uno percibe la pasión que el autor imprime en cada palabra que sale de su mano. Desconozco cómo fueron las competidoras de este Panteón, pero para mí no cabe duda de la calidad de esta laberíntica creación que Sisí nos regala a la vista.


Morgana Majere


lunes, 1 de julio de 2013

El vuelo

Descubrió con estupefacción que le daba miedo volar cuando el avión corría ya por la pista, como solía sucederle en cada ocasión en que se veía obligada por las circunstancias a embarcar en uno de aquellos enormes pájaros mecánicos. Aferró en silencio los brazos del asiento de piel sintética y dejó su mirada vagar por la ventana, observando el paso fugaz de las líneas amarillas pintadas en el asfalto. Línea, espacio, línea, espacio, líneaespacio, hasta que su tránsito no fue más que un luminoso borrón sobre un suelo oscuro. Notó el momento exacto en el que las ruedas despegaron del suelo, la presión sobre cada órgano y cada gota de sangre, la ascensión hacia el firmamento. Pero lo que más la atemorizaba era ese preciso instante en el que no existen las certezas, cuando la nave parece verse lanzada al cielo limpio, al aire, para que flote y decida entonces si la potencia habrá sido suficiente para volar o si, por el contrario, darán todos con sus huesos en tierra. 

No se atreve nunca a separar los ojos de la pequeña ventana, fijos en los campos, cada vez más pequeños en la distancia; en los coches que, en la oscuridad, no son más que luces desenfocadas; en el paisaje que ya es un mapa lejano más que un lugar reconocible. Trata de imaginar adónde conducirán las carreteras que desde los cielos debió de trazar un dios; dónde desembocarán los ríos cuyo cauce afianzó un gigante; cuál es este o aquel pequeño núcleo urbano que de día es un borrón en medio del valle y de noche un manojo de luces que afean el crepúsculo. 

Pero en el fondo da lo mismo. Sabe que no son más que un conjunto de piedras, de gotas de agua, un borrón de asfalto que un día la naturaleza desgajará con las poderosas raíces de algún vetusto árbol. Como el amasijo de hierro, carne y maletas de mano que terminará por disolverse y desaparecer entre los frondosos árboles de algún bosque donde su avión tratará de hacer un aterrizaje forzoso, aunque fallará estrepitosamente. Un vacío de conciencia que tan solo dejará tras de sí restos de vidas que nadie en el futuro sabrá interpretar. Volaban, dirán sus expertos. Y su combustible era escaso, apenas un litro por pasajero dividido en pequeños contenedores, afirmarán sus científicos. 

Y temían volar, aventurará algún estudioso, cuando encuentren los huesos fosilizados de unas manos marchitas aferradas a un iridiscente ópalo que aún no perdió su brillo. Y temían volar.