miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuentan...

Cuentan que allá en un país muy lejano, donde el Sol es el rey y los hombres tienen pieles oscuras como el carbón, donde el tórrido desierto oprime con sus ardientes garras toda vida, cuentan que allá existe (o existía) un pájaro de fuego, al que algunos llamaron Fénix.

Cuentan los que le han visto - que son pocos, que es un ave de especial belleza y de canto poco común, cuyas notas refrescan el alma de aquellos afortunados que pueden oírlo.

Dicen que sus plumas son rojas como la sangre, y su pecho naranja por el fuego de su corazón, que sin embargo permanece apagado la mayor parte del tiempo. Tiene ojos negros, profundos, como imbuidos por las largas edades de los hombres, de las que - dicen - ha sido testigo.

Pero aquello de lo que todos se sorprenden, que corre de boca en boca entre niños y abuelos, es de la historia del ave Fénix. Pues dicen que siempre y cada vez que su corazón se entusiasma por completo con algo (pues es un ave de gran inteligencia, ¡casi humana!), sus latidos podrían incluso oírse desde fuera, su pulso se acelera, y el fuego lo consume por completo en su pasión.

Y después, al cabo de tres días, resurge como cría de sus propias cenizas, para volver a crecer, vivir, y apasionarse hasta la muerte una vez más.

sábado, 20 de febrero de 2010

Flores de jardín



El pájaro ladeó su cabeza, mientras observaba aquella extraña batalla.

Las plantas ciegas, sin conocerse siquiera, crecían una junto a la otra. Había una chica que las miraba también, con mirada indecisa y como dolorida.

La planta más crecida era preciosa, sus pétalos húmedos por el rocío de la mañana, su tallo desnudo de espinas, pues su mayor protección era el tesón con el que la joven la cuidaba.

Pero a su lado, y a su alrededor, crecía fuerte y rápido un nuevo ente verde, cuyas hojas se desperezban y estiraban, amenazando con ahogar a la planta primera.

La mujer no respiraba siquiera, debatiéndose en un mar de dudas, pues aquella nueva vida amenazaba a la anterior. Ya comenzaban a sentirse sus efectos, ya comenzaba a verse cómo se agostaba la flor abierta hacia el cielo, ya comenzaba a morir.

El pájaro se dejó caer, planeando hasta una rama más cercana. La mano de la joven se resistía a cumplir su labor, pues la nueva flor parecía hermosa, desconocida, atractiva por lo salvaje y extraño de su nacimiento.

Pero entonces, decidida, pasándose las manos por el rostro, arrancó con cuidado aquella nueva planta y, tras estrecharla contra sí y aspirar su aroma, la guardó dentro de un libro.

Y así, colocándola entre sus páginas, la joven acarició los pétalos de su antigua flor, y se marchó del jardín.

El pájaro revoloteó alrededor de la planta y picoteó el suelo junto a ella. Después, se fue volando. Al fin y al cabo, qué más le daba a él qué sucediera con aquellas plantas. Ni siquiera eran buena comida...

miércoles, 17 de febrero de 2010

En la oscuridad...


Ven conmigo, a mi castillo ven.
Allí en las mazmorras nos espera el Placer.

Queremos, queremos ser silenciosos,
Robarle al tiempo este momento.

Sí, el Paraíso está bajo el lugar.

Cierra la puerta.

Apaga la luz.

¿Estáis preparados?
¿Estáis dispuestos ya?

Bienvenidos...

a la Oscuridad.

Nadie puede molestarnos aquí abajo.
Nadie, nadie debe oírnos.

No, no se nos descubrirá,
permitámonos saborear la Vida.
Y a veces estás sola,
te regalo una hermanita.
Tan joven la piel, tan firme la carne,
Bajo la casa, un nido de amor...


Sujeta en la Oscuridad
*
Libre traducción de Wiener Blut, Rammstein

martes, 16 de febrero de 2010

Promesas que cabalgan sobre el viento...

Te veo retozar en mi cama, condenada, mientras yo trabajo incansable. Dormitas, lees un libro, hojeas mis apuntes. Sé que, en el fondo, algunas cosas te interesan. Pero sigues preguntándote sin cesar por qué tardo tanto en escribir tu historia.

Estoy pensando, meditando. Tengo aún mucho que hacer. No es que sea más importante que lo tuyo, pero me corre más prisa. Y a la larga esto se convertirá en beneficios.

En serio, créeme. Ya has visto cómo iba. Y sabes, igual que yo, que tengo la mayoría de tu historia en la cabeza. Bueno, al menos todo lo que te has dignado a contarme. Porque vas soltando pequeñas perlas, como permitiéndome ver poco a poco los detalles de un inmenso fresco. Y aún falta mucho para que me pueda hacer una imagen general.

En fin, ten paciencia. Algún día tendré que seguir, y entonces no podré parar. Sé que no me dejarás. Aunque no les va a gustar, y lo sabes también. No me mires así, yo también he sufrido. Lo verán. Pero será más adelante, dentro de un tiempo.

Cuando las hojas comiencen a caer, y el viento se lleve las sonrisas tristes, mientras nosotros buscamos un lugar tranquilo y cálido, donde dormir, donde abrazarnos, donde besar y ser besados.

Cuando las hojas comiencen a caer...

lunes, 15 de febrero de 2010

Revelación

Hoy me he dado cuenta de dos cosas muy importantes en mi vida.

Hay otras, por supuesto, que son importantes. Algunas no se pueden contar aquí, cada vez me gusta ser más reservada con ciertos aspectos de mi vida, aunque me resulte bastante lamentable que tenga que ser así.

Otras las sabe ya quien debe saberlas, y las he preferido limitar al ámbito que les concierne. Y punto.

Sin embargo, hay cierto aspecto de mi vida, al que podríamos considerar público, que no me importa compartir. Sin entrar en cuestiones de porcentajes, no revelaré tampoco qué porcentaje hay de mí en cuanto escribo (¿acaso lo sé?). Pero sí puedo hablar libremente sobre temas artísticos, que me apasionan y preocupan a partes iguales.

Ahora bien, esas dos revelaciones a las que he llegado hoy me han tocado muy hondo, y creo que hemos alcanzado un punto de no retorno.

Lo primero, por favor, lo ruego por todos los dioses y demonios, si es que los juramentos tuvieron alguna vez validez, NUNCA JAMÁS me dejéis escribir una novela (o relato, o lo que sea) de romanos. NUNCA, never ever. Da igual de qué trate, da igual si es larga, corta, o incluso si es la obra maestra del siglo. Lo que yo sé sobre esto, que quede donde está y que no salga de mi mano una obra latina. Podré traducir, interpretar, o incluso criticar, pero que no escriba yo una obra literaria arromanada.

Y si alguna vez lo hago, recordadme este propósito, y que el cielo caiga sobre nuestras cabezas.

En otro orden de cosas, pero también en cuestiones literarias, hablábamos hoy sobre la Nueva Crítica y la poesía, y sobre por qué en algunas épocas han triunfado más unos géneros que otros. Entonces de repente, al mencionar que el realismo tiene mayor rendimiento en géneros narrativos como la novela, porque tienen así más espacio para describir a su mayor número de personajes, me he dado cuenta del porqué no funciono bien escribiendo relatos.

El problema no está en la amplitud del texto que escribo (pues también tengo textos breves que me gustan y parecen funcionar); el problema viene más bien por la amplitud de la historia que quiero contar, aunque luego en texto sea más breve.

Cuando me pongo a escribir, en mayor o menor medida, conozco al personaje sobre el que escribo. No físicamente, por supuesto, pero sí sé cómo es, su carácter, sus gustos, pequeñas manías, qué le ha pasado en la vida, a qué le recuerdan ciertos olores, sabores, sus preocupaciones y sus sueños, sus aspiraciones de mañana, y muchas otras cosas que, en definitiva, forman una vida.

Y cuanto más lo conozco, tanto mejor sale el texto. Por eso, cuando escribo algo corto (como un relato o un cuento), cuya historia se limita a esas páginas, queda como vacío, casi absurdo. Es como tratar de juzgar las acciones de alguien a quien no conoces.

Pero cuando ese personaje, por una razón o por otra, me llega más dentro, la historia que escribo es más profunda. Y podría citar varios casi sin pensar, porque a muchos de ellos me he atado (casi) demasiado, y les he cogido cariño. Algunos de ellos tienen su parte de historia ya contada, otros están aún esperando a que tenga tiempo, pero su vida está ahí, ante mí y dentro de mí, esperando.

Y sé que lloraré cuando pase algo, porque ya sé que tiene que pasar, que ha pasado. Pero ahora me entiendo un poco mejor, y comprendo más cómo va eso de escribir, de contar cosas. Releeré a Pirandello, con quien desde la primera vez me sentí identificada, y algún día alguien - espero - hablará de esto, y compartirá conmigo sus opiniones, que tal vez sean las mismas.

Y si, en un futuro, tengo que dar explicaciones, me aferraré a esto y os lo contaré una vez más. Porque las historias están ahí para que las contemos, sin que podamos modificarlas. Aunque a veces eso nos gustaría más que nada.

martes, 9 de febrero de 2010

La Habitación Nueva (V)

El sonido de un piano, ahogado por las blancas paredes, la despertó. Adoraba quedarse dormida tras un trabajo bien hecho, y aquella habitación era excelente para ello. El frío estaba en su justa proporción, y el ambiente... Era perfecto.

Se estiró perezosa, y sacudió su pelo corto. La peluquera se había tomado al pie de la letra aquello de 'un corte fresquito', aunque estuvieran en pleno invierno. Suspiró, y miró el lienzo, ahora pintado. Aún estaba levemente húmedo, así que lo dejó en el caballete, y salió de la habitación.

Al abrir la gruesa puerta, la música la rodeó y entró en La Habitación, colándose en cada rincón, disfrutando de los ínfimos segundos en que podría estar allí antes de que, como siempre, cerrasen aquella puerta.

Se acercó a la cocina, de donde salían la música y la luz, y se apoyó en el marco. Las encimeras oscuras estaban llenas de aparatos de metal, botes con especias, y otras cosas que ella jamás usaba. La cocina era el territorio de Alice, igual que hasta ahora había sido La Habitación. Aunque desde el regalo la compartieran, siempre habría una parte que le sería ajena.

Alice sonreía. Como siempre, parecía saber cuándo iba a llegar Sonja.

- ¿Cuanto tiempo vas a estar ahí sin decir nada?

- Me encanta verte cocinar, es como ver un pequeño ejército en acción. No entiendo cómo puedes hacer tantas cosas a la vez .

- Es cuestión de organización: cortar, triturar, especiar, mezclar, empanar.

Sonja se acercó a una gran olla de latón y miró dentro con cautela. Acercó la mano para probar un trozo pero, pensándolo mejor, se apartó y se apoyó en el frigorífico.

- ¿Qué ha pasado hoy?

- Nada especial, ese es el problema. Sin hacer nada fuera de lo común se encargan de recordarme que no soy nadie allí, que no valgo nada para ellos. Da igual cuánto me esfuerce, da igual cuánto trate de mostrar lo que puedo aportarles.

- ¿Quieres que haga algo?

- No, no hace falta. Quiero conseguirlo por mí misma. Además, no les conoces. No quiero que haya posibilidad de cometer un error.

Alice se dio la vuelta ofendida, y miró a Sonja con seriedad.

- Sabes que yo no cometo errores. Nunca hago nada que no esté cuidadosamente pensado y meditado. Ni tampoco hago nada irreflexivo e inesperado.

- ¿Como el chico del cuadro?

Alice paró apenas un segundo de amasar la carne, y se apartó el flequillo de la frente con el dorso de la mano. Aquello había sido inesperado, cierto, pero no habría problema, nunca lo había. Soltó una risita floja, y siguió amasando la carne.

Sonja se acercó y comenzó a trenzar el largo cabello rubio de la joven cocinera. Le dio un beso en la nuca, y ambas sonrieron.

- Voy a ver un poco la tele, nunca está de más saber qué pasa en el mundo.

- De acuerdo, cielo. Iré en cuanto acabe de preparar las croquetas.

Nadja se estiró, le dolían los músculos de la espalda. Y entonces, nada más salir de la cocina, dio media vuelta y asomó por la puerta.

- Por cierto, ¿qué hizo?

Alice la miró y sonrió levemente. Continuó amasando carne, y Sonja volvió hacia el salón, pensando que no respondería. No había dado dos pasos cuando escuchó la voz de Alice, como un susurro.
"Contó el final de Perdidos". Sonrió. Era incorregible.

lunes, 8 de febrero de 2010

La Habitación Nueva (IV)

- Dichosos los pastelitos y todos sus creadores, porque ellos nos dan acceso al paraíso en los días tristes.

La puerta.

- Espero que me hayas traído uno de esos pastelitos, o el paraíso va a ser muy parecido al infierno esta noche.

La recién llegada sonrió. En su mano derecha llevaba una bolsa de plástico transparente con cuatro bolas de chocolate.

- No esperaba que estuvieran tan buenos. Toma, prueba uno. En serio, son una delicia...

La otra joven mordió con cautela, y lamió con la punta de la lengua el chocolate que rellenaba el bollo.

- Tngías rrazón, sstagn muenísmos.

Sonriendo, volvió hacia la cocina, y siguió partiendo pepinillos. Dio un trago a un vaso alto de leche, y asomó la cabeza al pasillo.

- No entres en La Habitación y ven aquí, te tengo una sorpresa preparada.

- Hoy no estoy de mucho humor. Estoy cansada, y no he conseguido que me aceptaran los cuadros, ni siquiera el del bosque.

La joven rubia se limpió los labios con la lengua y abrazó a la otra chica. Odiaba que le estropeasen las sorpresas, sobre todo cuando lo hacían sin contar con ella. Al fin y al cabo, Alice tenía talento - ella lo sabía -, y no les costaba nada darle una oportunidad. Pero para eso estaba ella aquí, para brindársela y hacer que sonriera una vez más.

- Cielo, da igual lo que digan. Algún día se darán cuenta de lo mucho que vales, y se arrepentirán de haberte perdido. Ahora cierra los ojos y ven, dame la mano.

Alice cerró los ojos, y permitió que ella la guiase hasta La Habitación. No tenía ni siquiera que dudar, sabía perfectamente a dónde iban, pero el inmenso placer de sentirse protegida, de sentirse amada (sobre todo en un día como aquel), era tan agradable...

Frunció levemente el ceño, apenas unos segundos, al notar una vaharada de frío en su rostro cuando Alice abrió la puerta. Y ese olor...

- Muy bien, cielo, mantén los ojos cerrados, ya casi está.

Notó cómo abrían su mano izquierda y le colocaban suavemente un pincel frío. Estaba hecho de metal. Sonrió. Si aquello era lo que ella pensaba, la sorpresa merecería la pena.

- Ya está - dijo Alice con un agudo gritito -, ¡abre los ojos!

En aquel caballete esterilizado azul metálico había un lienzo blanco. Y en su mano había un pincel, pero uno muy especial. Había sido regalo de Alice, bastante reciente. Y como leyendo su mente, Alice terminó sus pensamientos:

- Y aquí está el resto del regalo, puedes comenzar a pinzar cuando quieras.

Tras darle un casto y dulce beso en la mejilla, Alice se fue a seguir haciendo la cena, dejándola en La Habitación Nueva, cerrando la puerta tras de sí.

Los pasos se perdían por el pasillo, el eco le devolvía el sonido, y ella contemplaba el pincel en sus manos. Sobre su muñeca y hacia el suelo, un delgado cable de goma, aún cálido, brillaba sobre la superficie blanca.

Miró el cuadro y trazó la primera línea. La tinta roja brilló un segundo, antes de ser absorbida por el lienzo. Recogió una gota en su dedo índice y la llevó a sus labios.

Sonrió. Era sangre.

domingo, 7 de febrero de 2010

La Habitación Nueva (III)

¿Qué es el amor? La mayoría de la gente se lo pregunta cuando está soltera, cuando no tiene nadie que le pueda dar a eso la respuesta. Pero yo no. Porque no ha sido hasta conocerla cuando he podido descubrirlo, y ser capaz de decir QUÉ es el amor.

Y sigo sin entenderlo demasiado bien. Sé que, para mí, ella es el amor. Perder la noción del tiempo, saborear la vida en sus labios, reír cuando ella ríe, llorar cuando ella llora. Me ha hecho capaz de volver a sentir, ha curado mis heridas.

Pero nunca sanan del todo, siempre quedan cicatrices. Por eso estás tú aquí. No, no te muevas, no te molestes. Estás lo suficientemente bien atado como para que no puedas escaparte. Y tampoco te oyen, por supuesto que no.

De verdad, ya no puedes escaparte. Pero piensa que sirves a un objetivo más elevado. Si algún día alguien se enterase, diría que tu muerte valió la pena. Lástima que nadie vaya a enterarse...

La voz de la joven se difuminó entre los entrecortados bufidos del hombre atado a la cama. Cuando había despertado, no era un sueño, ni una pesadilla. Mientras él dormía, o estaba drogado - cómo estar seguro -, ella había puesto plástico a su alrededor.

Sintió un escalofrío al notar el frío filo de un cuchillo en su pecho, y luego el calor de la sangre derramándose por su costado. Ya daba igual, no podía hacer ningún ruido. El Amor, el amor, elamor...

jueves, 4 de febrero de 2010

La Habitación Nueva (II)


Estaba sentada en la barra de un bar, tratando de centrar su mente en la lectura de aquel estúpido manual de jardinería en lugar de escuchar la insulsa conversación de sus vecinos de taburete. Un caballero, por así decirlo, vestido con una chaqueta oscura y el pelo de punta arrasaba con un plato de patatas y bebía cerveza, sin dejar por ello de comentar su planning concreto del día anterior.

En un momento dado, un destello extraño cruzó por la mirada de ella - quién podría decir de qué. Girando la silla, golpeó con el codo la espalda del chico accidentalmente y se excusó sin parar a respirar.

- ¡Oh! ¡Disculpe! ¡Lo siento muchísimo! Qué torpísima soy...

El caballero echó una mirada apreciativa a la joven, cuya camiseta rosa ajustada parecía decir "Soy una gacela desvalida, sálvame", y levantó su barbilla.

- No te preocupes, preciosa, seguro que si me das un besito se me pasa.

La joven se ruborizó, y rozó a penas la mejilla de él, dejando que el caballero aspirase su aroma a vainilla y notase la cercanía de su cuerpo. Era temprano, apenas las doce del mediodía, pero él comenzó a desperezarse, y una amplia sonrisa se extendió por su rostro. Sus dos acompañantes, relevados de la carga de aquella conversación, siguieron atentos a sus cafés, mientras él le compraba un pastelito a la joven, para que se le olvidara el disgusto.

Apenas quince minutos después, el caballero conducía a toda velocidad con su moto hacia casa de ella. Le hizo aparcar algo lejos de casa - no le hacía ninguna gracia dejar allí su queridísima moto, pero todo fuera por hincarle el diente a aquella tímida y recatada preciosidad, tal vez sería incluso virgen -, y luego tuvieron que subir andando hasta un cuarto piso (¡qué barbaridad!).

Era una casa extraña, pensaba él, a ratos luminosa, a ratos demasiado tétrica para aquella princesa del bar. Y por eso le sorprendió que, tras desnudarse con lentitud, le atase con unas esposas rojas al cabecero de latón, y le vendara los ojos.

- Nena, espero que no sean cosas raras, que me dan yuyu...

- No te preocupes - dijo ella. Sonreía, pero él ya no podía verla -. Dejará de doler pronto...

Antes de que pudiera gritar, ella le había metido ya un trozo de algodón entre los dientes, y se había levantado de la cama. Atado, amordazado, y sin poder ver, tan solo le restaba esperar.

miércoles, 3 de febrero de 2010


"Alguien que siente tanto dolor necesitará mucha sangre antes de sentirse saciado en su venganza". (Africanus, el hijo del cónsul)


martes, 2 de febrero de 2010

Lo que he visto...

Llevaba ya pensando un par de días, sí, pensando, lo que suele hacer poca gente y muy de vez en cuando, aunque lo que me ha acabado de convencer ha sido esto.

Entre Blogs propone un concurso en el qeu sortean un Papyre 6.1. de Grammata. He estado discutiendo recientemente con un profesor, alegando yo en mi estulticia que no compraría eso hasta dentro de unos años, y que incluso trataría de evitarlo. Después de hacer de abogada del diablo un par de veces, y de pensar en mi pobre espalda resentida de llevar peso, creo que podría ser incluso algo positivo.

Debería dejar de lado mi tecnofobia, y pasar por el aro hacia estos modernos cacharrillos, y por eso he abierto el blog (de momento), por si suena la flauta y llega Papa Noel Retrasado.

En otro orden de cosas, yo, que soy una persona, o tal vez una dramatis personae, he notado un cierto cambio. No lo huelo en la tierra, ni en el aire, pero veo que el motivo con que abrí este blog es hoy casi inexistente, sobre todo después de leer el tratado Sobre la Ira.

Y, sin embargo, me vuelven mis pretensiones literarias, que no calificaré aquí. Creo que, hasta cierto punto, conozco mis límites. Lo que sé, esto seguro, es que me apetece seguir escribiendo como una esquizofrénica posesa, aunque sea aporreando el teclado con los codos, porque LO NECESITO. Porque como me calle, me va a reventar el cerebro de tantas ideas que tengo dentro.

Y sobre todo, porque me gusta. Así que, a partir de ahora, dividiré mi tan reducido tiempo, y lo compartiré con vosotros. Y en cuanto tenga un rato, me cambio de aspecto. No viene mal tampoco, ¿no?

lunes, 1 de febrero de 2010

La Habitación Nueva


- Adoro cuando sale el sol en pleno invierno. Es tan frío, tan luminosamente frío. Hace las emociones más intensas, hace que parezca más invierno.

- No deberías ponerte reflexiva por la tarde, sabes que luego te cuesta concentrarte, y debes terminar antes de las seis.

- Da igual, puede esperar un día más. La inspiración, esa valiente prostituta vietnamita...

- Ven, dame un beso. Tengo un regalo para ti.

- ¿Por qué? ¿Es mi cumpleaños, o voy a participar en un ritual vikingo?

- Obviaré tus severas deficiencias mentales, cariño. A veces se me olvida por qué te quiero.

La besó efusivamente, a pesar de su rudeza, como desdiciendo con sus actos las palabras. Y se dejó llevar de la mano hasta la habitación contigua.

Cerro los ojos antes de que abriera la puerta, para que la sorpresa fuera aún mayor. Pero no estaba preparada para aquello.

Había lloriqueado durante meses, pidiendo y deseando una habitación pulcra y ordenada, opuesta al caos en que vivían; había rogado a la inspiración que se volviese y le permitiera contemplarla una vez más; había añorado con palabras inconcretas e indecisas algo que no sabía definir, algo que le permitiera plasmar lo que poblaba su mente, pues no podía. Pero no lo había encontrado.

Y ahora estaba allí, encima de una columna griega de porexpan y restos de mármol, sobre un prístino cristal robado de alguna obra, aguzado en sus esquinas. Estaba allí, esperándola, listo para llevar a cabo sus obras maestras.

- O al menos para empezar con ellas - completó ella sus pensamientos.

Se giró y la besó, sin poder susurrar un 'te quiero', pero sin poder separar sus labios de su cuello. Era perfecta, siempre lo había sido, su eterna Diosa Griega.