sábado, 20 de febrero de 2010

Flores de jardín



El pájaro ladeó su cabeza, mientras observaba aquella extraña batalla.

Las plantas ciegas, sin conocerse siquiera, crecían una junto a la otra. Había una chica que las miraba también, con mirada indecisa y como dolorida.

La planta más crecida era preciosa, sus pétalos húmedos por el rocío de la mañana, su tallo desnudo de espinas, pues su mayor protección era el tesón con el que la joven la cuidaba.

Pero a su lado, y a su alrededor, crecía fuerte y rápido un nuevo ente verde, cuyas hojas se desperezban y estiraban, amenazando con ahogar a la planta primera.

La mujer no respiraba siquiera, debatiéndose en un mar de dudas, pues aquella nueva vida amenazaba a la anterior. Ya comenzaban a sentirse sus efectos, ya comenzaba a verse cómo se agostaba la flor abierta hacia el cielo, ya comenzaba a morir.

El pájaro se dejó caer, planeando hasta una rama más cercana. La mano de la joven se resistía a cumplir su labor, pues la nueva flor parecía hermosa, desconocida, atractiva por lo salvaje y extraño de su nacimiento.

Pero entonces, decidida, pasándose las manos por el rostro, arrancó con cuidado aquella nueva planta y, tras estrecharla contra sí y aspirar su aroma, la guardó dentro de un libro.

Y así, colocándola entre sus páginas, la joven acarició los pétalos de su antigua flor, y se marchó del jardín.

El pájaro revoloteó alrededor de la planta y picoteó el suelo junto a ella. Después, se fue volando. Al fin y al cabo, qué más le daba a él qué sucediera con aquellas plantas. Ni siquiera eran buena comida...

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