miércoles, 3 de noviembre de 2010

Inteligencia emocional

Dicen los que saben de estas cosas, esos que se dicen psicólogos, que la inteligencia emocional es el producto de la suma de la inteligencia intrapersonal y la inteligencia interpersonal.

Según H. Gardner, todos los seres humanos tenemos, al menos, siete tipos diferentes de inteligencias. Y entre ellas están estas dos, que forman la inteligencia emocional. La intrapersonal es aquella inteligencia según la cual cada uno se conoce a sí mismo, es consciente de sus emociones, sus intensidades, sus limitaciones, sus excesos, sus gestos, etc.

La interpersonal es exactamente lo mismo, pero hacia el resto. Es decir, es la inteligencia que permite reconocer los gestos de los demás, sus emociones, lo que transmiten sus expresiones, la capacidad de empatizar, de tratar con ellos, etc.

El caso es que todo eso por separado y tal suena muy bien, suena muy factible, muy diferenciable y muy aplicable. Todos nos sentimos identificados y nos reímos cuando Sheldon no capta el sarcasmo, la ironía, o las múltiples sutilezas emocionales de sus compañeros. Sin embargo, cuando nos llega la ocasión de ponerlo en práctica, la ocasión de vivir de verdad, esto no es tan sencillo.

Todo este barullo venía a cuento de una breve clase sobre superdotación, en la que tratábamos las posibles disincronías que pueden darse en torno a ellos, entre, por ejemplo, padres e hijos, profesores y alumnos, o incluso alumnos y compañeros. Y estas cuestiones de superdotación me han llevado a pensar en otro personaje de ficción que posiblemente sea superdotado: Dexter.

En este personaje se unen una perfecta inteligencia intrapersonal, y una perfecta, y a la vez modelada, inteligencia interpersonal. No contaré aquí toda su historia personal, tan solo me limitaré a decir que su sensibilidad emocional es nula. Y por tanto, las relaciones humanas son su grandísimo punto débil. La suerte que él tuvo fue la presencia de un maestro en su vida que le guiara, que le enseñara qué significaba lo que la gente expresaba, qué era lo que la gente esperaba de él, cómo debía comportarse, etc. Y así, su inteligencia emocional quedaba equilibrada entre la intrapersonal y la interpersonal recreada.

Sin embargo, algo no me termina de encajar bien. Y me sigo preguntando. ¿Puede la ficción convertirse en realidad? ¿Puede uno engañarse, o autoeducarse, con algo hasta el punto de que se convierta en realidad?

Y lo más importante de todo, ¿es eso bueno?

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