jueves, 29 de julio de 2010


"Ponen su conocimiento en trozos de piel o en tablillas de piedra o de madera encerada, y piensan que eso es sabiduría. ¿Qué sentido tiene tallar una piedra para obtener conocimiento? Hasta yo, una aprendiz de sacerdotisa, sé que lo que hace sabio a un hombre es el saber grabado en su corazón. ¿El saber de las plantas puede aprenderse de un libro? Ni siquiera hablando se puede transmitir todo. Debes buscar las plantas tú misma, tocarlas, amarlas, verlas crecer. Entonces puedes usarlas para curar, porque sus espíritus te hablan". La casa del bosque, Marion Zimmer Bradley.


jueves, 22 de julio de 2010

Allá donde voy, llevo el sol conmigo...


Y espero esta vez tener suerte también...

martes, 20 de julio de 2010

Me enerva

Que las cosas no funcionen cuando deberían hacerlo.

Que se me caiga algo y desaparezca. Y que no vuelva a encontrarlo aunque rastree el suelo de toda la puta habitación.

Que tenga en la cabeza y en la boca el sabor de una comida, y que cuando llegue a casa ya no haya. O no haya habido.

Que la gente diga, precisamente, las cosas que no quiero oír.

Que me corrijan. Sobre todo cuando tienen razón.

Que alguien me indique que se me está olvidando hablar en castellano.

Que la gente se crea que la carretera es suya, cuando es mía por derecho de herencia. Aunque esto estoy aprendiendo a tolerarlo...

Que pase mucho tiempo haciendo algo para que me digan que no vale para nada. Y encima, no estar de acuerdo.

Que para desahogarme tuviera que hacer una lista inmensa que convertiría este blog en un confesionario emocional de esos que tanto odio, en el que airearía mi vida cual si de unas bragas sucias se tratase, sin preocuparme de que los vecinos me vean los descosidos, manchas o desgarrones.

Pero no es necesario, aunque lo parezca. Porque los tirones de bragas se los dejo a la intimidad de un cuarto oscuro; los descosidos, a una torre de diccionarios, donde esperan a que una afilada aguja repare sus dolores; y las manchas se las dejo a un Wipp Express que vendrá a ocultar mis desperfectos.

Mientras tanto, me solazaré con los pequeños placeres de la vida, como el no poder despegar la nariz de un nuevo libro, deseando aguantar una página más, a pesar de conocer ya el final.

O como el oír el murmullo del mar con los ojos cerrados, arropada por el calor de un cuerpo amado.

O como el reír hasta no poder más porque subí por la pared de un edificio público, me colé por una ventana y cuando no pude salir me abandonó el mago, y nunca pude explicar a los guardias qué hacía allí.

O como el repetir de pasta con verduras porque no podría estar más rico ni podría tampoco engordar menos.

O como el ver que el esfuerzo tiene sus frutos, que no me ha abandonado, y que mi corazón sigue pleno, latiendo, aguantando, viviendo.

Es con esos placeres que se borran las agonías de los meenerva y mecabrea, de esas absurdas menudeces que, en ocasiones, nos impiden ver la realidad que nos rodea. A veces no son granos de arena, sino piedras las que nublan tu visión. O montañas. Pero nunca puedes, ni debes, olvidar que tras toda montaña terminará habiendo una llanura. Todo pico tendrá su descenso, y tras un verde prado primaveral podrás disfrutar de la calma de un lago cristalino donde bañar tus pies cansados.

Y comprenderás entonces, caminante, que tus pasos no te han llevado al infierno, sino al otro lado del paraíso. Y una vez hayas aprehendido el camino de ida, podrás volver a donde quieras, regresar a donde recuerdes, y marcharte cuando lo sientas. Porque la experiencia es la que da la verdadera sabiduría, independientemente del final de tu caminar.

Y como me dijo alguien grande una vez, "si lloras porque no puedes ver el sol, tus lágrimas te impedirán ver las estrellas".

domingo, 4 de julio de 2010

El camino del odio tiene una sola dirección: hacia adelante.

No se puede volver atrás una vez has comenzado su tránsito,

sea bueno, sea malo.


Y te guste o no te guste, tiene solo, también, una salida.

No te guiarán ya baldosas amarillas,

ni guisantes ni de tierno pan pequeñas migajas.



Serán sudor y sangre tus únicos guías en esta noche oscura,

y el silencio que consigo trae la muerte incierta.

Y ¿quién llorará a los eternos incomprendidos?