jueves, 4 de febrero de 2010

La Habitación Nueva (II)


Estaba sentada en la barra de un bar, tratando de centrar su mente en la lectura de aquel estúpido manual de jardinería en lugar de escuchar la insulsa conversación de sus vecinos de taburete. Un caballero, por así decirlo, vestido con una chaqueta oscura y el pelo de punta arrasaba con un plato de patatas y bebía cerveza, sin dejar por ello de comentar su planning concreto del día anterior.

En un momento dado, un destello extraño cruzó por la mirada de ella - quién podría decir de qué. Girando la silla, golpeó con el codo la espalda del chico accidentalmente y se excusó sin parar a respirar.

- ¡Oh! ¡Disculpe! ¡Lo siento muchísimo! Qué torpísima soy...

El caballero echó una mirada apreciativa a la joven, cuya camiseta rosa ajustada parecía decir "Soy una gacela desvalida, sálvame", y levantó su barbilla.

- No te preocupes, preciosa, seguro que si me das un besito se me pasa.

La joven se ruborizó, y rozó a penas la mejilla de él, dejando que el caballero aspirase su aroma a vainilla y notase la cercanía de su cuerpo. Era temprano, apenas las doce del mediodía, pero él comenzó a desperezarse, y una amplia sonrisa se extendió por su rostro. Sus dos acompañantes, relevados de la carga de aquella conversación, siguieron atentos a sus cafés, mientras él le compraba un pastelito a la joven, para que se le olvidara el disgusto.

Apenas quince minutos después, el caballero conducía a toda velocidad con su moto hacia casa de ella. Le hizo aparcar algo lejos de casa - no le hacía ninguna gracia dejar allí su queridísima moto, pero todo fuera por hincarle el diente a aquella tímida y recatada preciosidad, tal vez sería incluso virgen -, y luego tuvieron que subir andando hasta un cuarto piso (¡qué barbaridad!).

Era una casa extraña, pensaba él, a ratos luminosa, a ratos demasiado tétrica para aquella princesa del bar. Y por eso le sorprendió que, tras desnudarse con lentitud, le atase con unas esposas rojas al cabecero de latón, y le vendara los ojos.

- Nena, espero que no sean cosas raras, que me dan yuyu...

- No te preocupes - dijo ella. Sonreía, pero él ya no podía verla -. Dejará de doler pronto...

Antes de que pudiera gritar, ella le había metido ya un trozo de algodón entre los dientes, y se había levantado de la cama. Atado, amordazado, y sin poder ver, tan solo le restaba esperar.

2 comentarios:

Hinageshi dijo...

Dextericémonos.

Ojo de gato dijo...

Como diría tu clon dibujante:"¡Mátalos a todos!" xDD