lunes, 8 de febrero de 2010

La Habitación Nueva (IV)

- Dichosos los pastelitos y todos sus creadores, porque ellos nos dan acceso al paraíso en los días tristes.

La puerta.

- Espero que me hayas traído uno de esos pastelitos, o el paraíso va a ser muy parecido al infierno esta noche.

La recién llegada sonrió. En su mano derecha llevaba una bolsa de plástico transparente con cuatro bolas de chocolate.

- No esperaba que estuvieran tan buenos. Toma, prueba uno. En serio, son una delicia...

La otra joven mordió con cautela, y lamió con la punta de la lengua el chocolate que rellenaba el bollo.

- Tngías rrazón, sstagn muenísmos.

Sonriendo, volvió hacia la cocina, y siguió partiendo pepinillos. Dio un trago a un vaso alto de leche, y asomó la cabeza al pasillo.

- No entres en La Habitación y ven aquí, te tengo una sorpresa preparada.

- Hoy no estoy de mucho humor. Estoy cansada, y no he conseguido que me aceptaran los cuadros, ni siquiera el del bosque.

La joven rubia se limpió los labios con la lengua y abrazó a la otra chica. Odiaba que le estropeasen las sorpresas, sobre todo cuando lo hacían sin contar con ella. Al fin y al cabo, Alice tenía talento - ella lo sabía -, y no les costaba nada darle una oportunidad. Pero para eso estaba ella aquí, para brindársela y hacer que sonriera una vez más.

- Cielo, da igual lo que digan. Algún día se darán cuenta de lo mucho que vales, y se arrepentirán de haberte perdido. Ahora cierra los ojos y ven, dame la mano.

Alice cerró los ojos, y permitió que ella la guiase hasta La Habitación. No tenía ni siquiera que dudar, sabía perfectamente a dónde iban, pero el inmenso placer de sentirse protegida, de sentirse amada (sobre todo en un día como aquel), era tan agradable...

Frunció levemente el ceño, apenas unos segundos, al notar una vaharada de frío en su rostro cuando Alice abrió la puerta. Y ese olor...

- Muy bien, cielo, mantén los ojos cerrados, ya casi está.

Notó cómo abrían su mano izquierda y le colocaban suavemente un pincel frío. Estaba hecho de metal. Sonrió. Si aquello era lo que ella pensaba, la sorpresa merecería la pena.

- Ya está - dijo Alice con un agudo gritito -, ¡abre los ojos!

En aquel caballete esterilizado azul metálico había un lienzo blanco. Y en su mano había un pincel, pero uno muy especial. Había sido regalo de Alice, bastante reciente. Y como leyendo su mente, Alice terminó sus pensamientos:

- Y aquí está el resto del regalo, puedes comenzar a pinzar cuando quieras.

Tras darle un casto y dulce beso en la mejilla, Alice se fue a seguir haciendo la cena, dejándola en La Habitación Nueva, cerrando la puerta tras de sí.

Los pasos se perdían por el pasillo, el eco le devolvía el sonido, y ella contemplaba el pincel en sus manos. Sobre su muñeca y hacia el suelo, un delgado cable de goma, aún cálido, brillaba sobre la superficie blanca.

Miró el cuadro y trazó la primera línea. La tinta roja brilló un segundo, antes de ser absorbida por el lienzo. Recogió una gota en su dedo índice y la llevó a sus labios.

Sonrió. Era sangre.

2 comentarios:

Ojo de gato dijo...

Me encantan estas dos xD No sé por qué me daba a mí que el pincel iba a ser de hueso u.u

Morgana Majere dijo...

Uy, qué asco! de hueso! yo jamás usaría un pincel de hueso! ya contaré qué es en realidad :P