domingo, 25 de enero de 2009

La primera impresión...

"Apaga esa luz, no me dejas descansar", fue lo primero que me dijo.

Tenía unos cincuenta años, cuarenta y siete, le calculé yo, canas en las sienes, y una incipiente barba no sé si por descuido o por desidia. Estaba cómodamente sentado en mi mecedora (está rota, no te sientes ahí!!!), acogedoramente tapado con una manta de vaca y con un vaso de whiskey con hielos en su mano derecha.

"¿Ese es mi Jameson?"

"Por todos los demonios, niña, ¿cómo se te ocurrió guardarlo en ese armario? ¡Se puede pudrir! Putas nuevas generaciones, ¿qué coño os enseñan en la escuela si no sabéis ni conservar un buen whiskey?"

Su voz rasgada se perdió en el cuello de la camisa mientras pasaba una hoja más del libro con su dedo índice. Tenía los nudillos cubiertos por un escaso vello negruzco, y la piel de sus manos estaba ajada y oscura. No supe si era suciedad, o tal vez su tono natural, aunque tampoco tenía claro si quería conocer la respuesta.

Con suavidad dejé la maleta del ordenador en el suelo, apoyada sobre el armario para que no se golpeara y me acerqué al espejo. La superficie estaba dura, no podía haber salido de allí; pero el hombre estaba calmado y aparentemente cómodo en mi habitación. Pestañeé, una, dos, tres veces, hasta que, molesto, levantó la mirada y cerró el libro, no sin antes marcar dónde se había quedado con un semiborrado ticket del Día.

"¿A qué estás esperando, tú no tienes que estudiar o qué? Vamos, no tienes todo el día..."

Asentí en silencio y coloqué el ordenador sobre el desordenado escritorio. El individuo me miró de reojo y continuó con su lectura. Suspiré resignada y saqué mis apuntes.

Con un lapicero en la mano, comencé a escribir.