jueves, 26 de enero de 2012

Amistad

A veces me siento como si fuera gilipollas.

El paso del tiempo y las cosas que me han sucedido desde bastante pequeña han hecho que me cueste mucho confiar en la gente. A esto se suma el hecho de que, cuando ya me había cerrado en banda, encontraba a alguien en quien parecía que merecía la pena confiar, lo hacía y después el golpe era mucho más fuerte.

Lo cierto es que en los últimos siete u ocho años no me ha pasado muchas veces, por suerte, aunque sí las necesarias como para que termine concluyendo que la mayoría de las chicas son unas zorras, hipócritas y muy interesadas.

Una amistad es un tándem, donde las dos partes deben colaborar para que se pueda seguir avanzando. Cuando solo uno pedalea mientras que el otro disfruta de los beneficios, el primero termina cansándose, aparcando la bici en cualquier sitio y marchándose andando que, aunque es una actividad solitaria, puedes llevar tu ritmo y si te caes, es culpa solo tuya.

El problema viene cuando, encima de no pedalear, un buen día la segunda parte del tándem echa en cara a la primera que no van a buena velocidad, que no le gusta cómo pedalea o cómo conduce, o que está harta de verle la espalda.

Llegados a este punto, ya me es indiferente cuál sea la excusa o cuál la razón de las disputas. Yo me he cansado de arrastrar tándems que no me reportan más que preocupaciones o desgracias. De buena que he sido a veces, soy tonta. Y parece que no aprendo, después de tanto tiempo.

Luego me dicen que por qué tengo tan baja opinión del género humano, que por qué no doy una oportunidad, o cualquier chorrada por el estilo. Pues PORQUE NO. Porque estoy harta de preocuparme de los problemas de los demás, de desvivirme para que la gente esté contenta, sin preocupaciones, de dar facilidades al resto, que yo ya tengo asumidas; harta de trabajar doble para que la gente obtenga buenos resultados.

Y a cambio recibo ignorancia, acritud, borderías, o incluso silencio. Hace mucho, mucho tiempo que no hablo con sinceridad con alguien de mis problemas. Mucho que no puedo confiarle a nadie mis sentimientos. Y cuando miro hacia atrás y reflexiono, me dan ganas de intentar solucionar cosas solo por tener a alguien con quien contar en las horas bajas.

Pero luego recuerdo el porqué de que las cosas estén rotas y haya que arreglarlas, y decido que es mejor dejarlas como están. Un jarrón restaurado siempre tendrá algún agujero por el que se pueda filtrar el agua. Por eso es tan difícil, una vez se ha roto, volverlo a dejar como al principio.

Y sí, el jarrón es la confianza. Y la amistad. Y muchas otras cosas.


2 comentarios:

Nyké dijo...

Tienes suerte, pequeña latinista, de que yo sea medio-tío.
Aunque siempre hablemos de cosas de la carrera, me tienes aquí para lo que sea ;).
A ver si te pillo por el tuenti y nos vamos a tomar un kaffee o algo cuando termine los exámenes.

Morgana Majere dijo...

Oh, es mucho más complicado que eso ;)