viernes, 21 de mayo de 2010

Envidia, el eterno mal de los mediocres

Llevaba un tiempo ya esperando algo así, aunque había abandonado la esperanza, una vez pasado tanto tiempo. No hay cosa que más me exaspere que la mediocridad, sobre todo cuando a ella va estrechamente unida la falsedad, el cinismo, y la pretensión de grandeza. Y cuando encima nos creemos guapos, pues ya se me va el santo al cielo.

Para aquellos que me conocen bien será muy significativo el dato de que llevaba dos horas jugando a diferentes juegos de plataformas, cuando he tenido que parar para escribir este pequeño fragmento. HE DEJADO EL JUEGO por causa de lo que ví, por lo que os podréis hacer perfectamente a la idea de la ira que hierve en mi interior.

Es muy sencillo, mucho, criticar cuando solamente se ve algo desde fuera, cuando todo se filtra por una supuesta objetividad, ya mancillada por palabras viejas y por frases cargadas de falsedad. Por eso, cuando se pretende recrear una atmósfera y las palabras de varios testigos, ya los autores antiguos sabían que no se refleja el mismo discurso, ni las mismas ideas, ni el mismo sentido de las cosas.

Ya Salustio, o Tito Livio, o mi amigo Tácito, daban buen uso a los discursos que recreaban, ensalzando al enemigo con una elevada retórica, en la idea de que así elevarían aún más la victoria de su pueblo. Sin embargo, nadie cree hoy en día que las palabras de Catilina, de Yugurta, de Hanibal, o de cualquiera de los múltiples enemigos cuyas palabras leemos ahora en una lengua que no era la suya, nadie, como digo, cree que fuesen las que de verdad ellos pronunciaron. ¿Vamos a creer hoy lo que alguien pretende que otras personas han dicho?

No solo me vale este ejemplo, sino que podría servirme también de juegos infantiles como 'el teléfono escacharrado' para confirmar que mi teoría es válida. Nadie recuerda con exactitud las palabras de otro, y cuánto menos cuando de esas palabras dista tiempo.

Sin embargo, no solo se trata de lingüísticas confusiones que nos llevan al absurdo; es también absoluta la falta de conciencia acerca de lo que hay detrás lo que nos conduce a presentar un discurso parcial y poco objetivo, dado que no se llega a conocer la motivación real de las acciones de otros.

Pobre es la opinión que se sustenta en lo que se deduce erróneamente y, como digo, pobre es la persona que a esa opinión se aferra. No voy a ser vulgar, porque entonces se revolverían todos los santos en su tumba, solo diré que aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Y en este caso podría ser yo quien mirase, casi afirmando, casi basándome en la mirada de otros, casi segura, casi asesina, quien dijera que lo de copiar en los deberes se lo dejo a los niños. Veritas filia temporis, dejémosle al karma lo que la ley no permite que resolvamos en persona. Eso sí, cuanto de verdad llevan las letras no lo entienden quienes mal las interpretan.

Ya llegará mi momento de hablar.

1 comentario:

Menelmakar dijo...

Pf, que hablen a tus espaldas, que eso es que estás por delante de ello