Puso los ojos en blanco. Era la enésima vez que tenía que explicárselo. ¿Es que no iba a comprenderlo nunca?
Dio media vuelta, y recorrió el breve espacio vacío hasta la ventana. El sol comenzaba ya a apagarse, y las sombras del ocaso se deslizaban juguetonas por entre los resquicios de la habitación. Le costaba concentrarse, más aún con la creciente sensación de que estaba - absurdamente - perdiendo su valioso tiempo.
Se acercó con una educada sonrisa a la silla que había junto al diván y se sentó por última vez. Su paciencia, por ese día, se había agotado.
- Muy bien, mamá, vamos a dejarlo. Vete si quieres a hacer la cena. Yo voy a jugar.
La niña se bajó de la silla, y dio unas suaves palmaditas en la mano de su compungida madre. Al fin y al cabo, no era culpa suya.
El polvo brillaba sobre el escritorio de madera. Eran las ocho, la lección había terminado.
Dio media vuelta, y recorrió el breve espacio vacío hasta la ventana. El sol comenzaba ya a apagarse, y las sombras del ocaso se deslizaban juguetonas por entre los resquicios de la habitación. Le costaba concentrarse, más aún con la creciente sensación de que estaba - absurdamente - perdiendo su valioso tiempo.
Se acercó con una educada sonrisa a la silla que había junto al diván y se sentó por última vez. Su paciencia, por ese día, se había agotado.
- Muy bien, mamá, vamos a dejarlo. Vete si quieres a hacer la cena. Yo voy a jugar.
La niña se bajó de la silla, y dio unas suaves palmaditas en la mano de su compungida madre. Al fin y al cabo, no era culpa suya.
El polvo brillaba sobre el escritorio de madera. Eran las ocho, la lección había terminado.