lunes, 1 de julio de 2013

El vuelo

Descubrió con estupefacción que le daba miedo volar cuando el avión corría ya por la pista, como solía sucederle en cada ocasión en que se veía obligada por las circunstancias a embarcar en uno de aquellos enormes pájaros mecánicos. Aferró en silencio los brazos del asiento de piel sintética y dejó su mirada vagar por la ventana, observando el paso fugaz de las líneas amarillas pintadas en el asfalto. Línea, espacio, línea, espacio, líneaespacio, hasta que su tránsito no fue más que un luminoso borrón sobre un suelo oscuro. Notó el momento exacto en el que las ruedas despegaron del suelo, la presión sobre cada órgano y cada gota de sangre, la ascensión hacia el firmamento. Pero lo que más la atemorizaba era ese preciso instante en el que no existen las certezas, cuando la nave parece verse lanzada al cielo limpio, al aire, para que flote y decida entonces si la potencia habrá sido suficiente para volar o si, por el contrario, darán todos con sus huesos en tierra. 

No se atreve nunca a separar los ojos de la pequeña ventana, fijos en los campos, cada vez más pequeños en la distancia; en los coches que, en la oscuridad, no son más que luces desenfocadas; en el paisaje que ya es un mapa lejano más que un lugar reconocible. Trata de imaginar adónde conducirán las carreteras que desde los cielos debió de trazar un dios; dónde desembocarán los ríos cuyo cauce afianzó un gigante; cuál es este o aquel pequeño núcleo urbano que de día es un borrón en medio del valle y de noche un manojo de luces que afean el crepúsculo. 

Pero en el fondo da lo mismo. Sabe que no son más que un conjunto de piedras, de gotas de agua, un borrón de asfalto que un día la naturaleza desgajará con las poderosas raíces de algún vetusto árbol. Como el amasijo de hierro, carne y maletas de mano que terminará por disolverse y desaparecer entre los frondosos árboles de algún bosque donde su avión tratará de hacer un aterrizaje forzoso, aunque fallará estrepitosamente. Un vacío de conciencia que tan solo dejará tras de sí restos de vidas que nadie en el futuro sabrá interpretar. Volaban, dirán sus expertos. Y su combustible era escaso, apenas un litro por pasajero dividido en pequeños contenedores, afirmarán sus científicos. 

Y temían volar, aventurará algún estudioso, cuando encuentren los huesos fosilizados de unas manos marchitas aferradas a un iridiscente ópalo que aún no perdió su brillo. Y temían volar. 

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