domingo, 1 de marzo de 2009

De la revelación, o cuando abres, por fin, los ojos...



Hay que admitir, de vez en cuando, que las impresiones que tenemos sobre la gente no son acertadas. Este es uno de los tópicos más trillados y reusados de la historia de la humanidad. Podemos encontrarlo en poemas, películas, libros, e incluso en la vida real. Y de eso quiero hablaros, de cuando descubres que, pese a lo que tú habías siempre pensado, las cosas no son así.


En ocasiones, hay personas en nuestro entorno que nos sorprenden gratamente al demostrar que su personalidad y su interior son mucho mejores de lo que habíamos juzgado e imaginado. He de admitir que esas sorpresas hacen sonreír y, después de algún tiempo, preguntarte si lo que habías pensado era real. Tal vez son imaginaciones tuyas, ¿cómo pudiste pensar algo diferente? Entonces sacudes la cabeza y te ríes de ti mismo. Al fin y al cabo, lo pasado, pasado está.

Otras veces, sin embargo, descubres amargamente que alguien en quien tenías depositadas todas tus esperanzas no es más que un saco de estiercol bañado en colonia. Huele muy bien al principio, pero en cuanto lo abres, te encuentras con toda la mierda. No habrá quien niegue que eso pasa, que es algo habitual, y que después no hay quien lo aguante. A nadie le gusta tener mierda en su casa. La cuestión es cuándo te das cuenta de eso. Y, cuando te la das, si quieres sacar la basura, o prefieres que se seque y pensar que sigue oliendo a colonia.

Sin embargo, hay un tercer caso. Y este es peor que la basura, mucho peor. Hay veces en que, por una razón o por otra, consideras y llegas a la conclusión de que alguien a tu alrededor es un idiota. Sí, un idiota, alguien con un ligero retraso mental que no llega al mínimo exigido para ser llamado humano. Durante cierto tiempo te hace gracia, luego lo toleras, y acabas odiándolo. Pero oh, qué sorpresa, un buen día descubres que tal vez te hubieras equivocado.

El individuo en cuestión demuestra que, según parece, tiene algo más de intelecto, y puede formar frases compuestas de más de tres palabras. Te ilusionas, te alegras, y sientes que el mundo es un poco mejor. Y recuperas la esperanza. Iluso.

Tiempo después, cuando las cosas vuelven a su cauce, descubres con estupor que el individuo no solo era idiota, sino una lacra social, un despojo humano que no hace otra cosa que contribuir a la involución. Ilustra con sus palabras la degradación de la sociedad, la más absoluta pérdida de ideales y de moral que hace que, indiscriminadamente, se sienta orgulloso e incluso se pavonée enseñando por doquier su falta de inteligencia, de decencia, de escrúpulos. Se convierte en un perdido, en algo que todo el mundo quiere fuera de su vida.

¿Y qué? La educación, nuestro eterno límite, lo que nos tira hacia atrás a la hora de expulsarlos de la sociedad. Ese pequeño Pepito Grillo que se dedica a recordarnos que todo el mundo tiene derecho a una vida digna. Solo cuando lo superemos nos daremos cuenta de que estos individuos no aportan nada beneficioso, sino que más bien limitan el desarrollo y auge del resto, en tanto que menoscaban nuestros esfuerzos por avanzar.

Hasta entonces, paciencia y mirar hacia otro lado. Por ahora el exterminio está muy mal visto.

4 comentarios:

Mig dijo...

Excrementos los hay de muchos tipos. Lo que pasa que cuando se mueven y hablan da un poco de reparo tirar de la cadena.

Morgana Majere dijo...

Son imaginaciones tuyas, en realidad no hablan, solo hacen ruido.

Menelmakar dijo...

La vida está sobrevalorada; y ciertas medidas eugenésicas deberían aplicarse, por un bien mayor de la humanidad como conjunto.

Annwn dijo...

El exterminio es necesario