jueves, 31 de enero de 2013

Me atenazan los suspiros de una sombra que ya se fue. El triste recorrido que marca el sol en la pared con sus dedos de invisible fuego. Señalan las agujas horas vacías que desaparecieron tiempo ha de este reloj. Y la sangre de los enemigos escribe su historia en mi piel por mucho que yo trate de olvidar. 

El óxido corroe mi espada. Yace muerta y abandonada la armadura. Y la carcoma ha reducido a polvo el corazón de madera que me entregaron como regalo. Su lengua ya no se habla, sus hijos ya no respiran. A nadie puedo pedir que fabrique uno nuevo. 

Me escondo entre dos silencios y duermo el sueño del olvido. Quizás sea lo mejor. Este mundo ya no necesita guerreros. 


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