domingo, 25 de diciembre de 2011

El genio me empuja. Quiere salir.

Se revuelve impaciente, sentado en su rincón, enfurruñado como un niño sin regalo de navidad.

Me mira con enfado, porque sabe que quiero dejarlo salir, pero no puedo. Y mientras con una mano le sujeto para que no se escape, con la otra trato de atrapar palabras que me esquivan, y ganas que no me quieren.

Y él sigue esperando, dando pataditas a la pared, dejando oscuras huellas a media altura, mientras por la ventana veo plumas nevar.

La pureza me aguarda. Quizás sea el miedo lo que me retiene. El miedo a descubrir qué hay más allá.

Y la maldita responsabilidad es un lastre que retrasa mi paso, que obstaculiza un camino largo tiempo anunciado, hasta que deje de nevar.

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