domingo, 23 de enero de 2011

Canto al pasado (Gesung zur Vergangenheit)

¿Es conveniente vivir mirando al pasado?

Las farolas y los árboles y demás peligros inhiestos en las calles no lo recomiendan. Y yo tampoco, por experiencia propia (que es lo que se lleva).

Además, dicen que es de cobardes andar con un ojo al frente y otro a la espalda. Y debe de ser un poco incómodo, digo yo. Que luego te dan una colleja y se te queda un ojo mirando a Cuenca...

Pero claro, ya lo decían los romanos, y un señor muy pesado al que llamaban Cicerón, que la historia es magistra vitae. Y si no aprendemos de nuestros errores, se nos pelarán las rodillas de tanto tropezar con la misma piedra.

Así, puedes optar por coger la piedra, apartarla y tirarla a un lado del camino, y sacar su imagen de tu mente para siempre. Es guay, claro, así no te la volverás a encontrar. Pero hay que ser un poco DI para pensar que, en el mundo, en la historia, en tu vida futura, habrá solo una piedra. Y si la siguiente no tiene forma de pedrusco, ¿cómo la reconocerás?

Entonces, queda la segunda opción. Siéntate ante la piedra y mira, contémplala hasta que te sepas todos sus recovecos, sácale una foto y llévatela contigo, de manera que, tras estudiarla desde todo ángulo y disciplina, seas capaz de explicarte, al menos a ti mismo, de qué tipo era tu piedra y por qué tropezaste con ella. Así, si lo integras, la próxima vez reconocerás esas piedras y podrás dar un paso por delante y evitarlas.

Y con el tiempo, las conocerás todas, y no te tropezarás más (al menos, inconscientemente, que de vez en cuando viene bien tropezarse un poco, para recordar que somos humanos...).

Por eso, aunque digan que es de cobardes, miro atrás de vez en cuando, y remuevo viejas heridas para ser consciente de que estuvieron ahí, de lo que hice para crearlas, y de lo que he de hacer para no tener nuevas cicatrices.

Algunas cosas no desaparecen nunca, ni tampoco el dolor que causa el recordarlas. Pero es necesario no olvidar para poder seguir adelante con conciencia y consciencia, hasta que el peso de los años nos permita beber, al fin, de las aguas del Leteo, y enviar al olvido todo lo que nos causó dolor.

Hasta entonces, soy quien soy por lo que he sido, y sé qué he hecho para convertirme en Yo. Y no lo olvidaré nunca. Quedará escrito en las crónicas de los años pasados y de los hechos por venir, junto con los castigos y penas merecidas. Pero eso es otra historia...

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