El hombre es un animal de costumbres, eso es algo indiscutible.
Poco a poco, cada uno coge sus rutinas sin saberlo, hasta en el más fútil de los actos. Pero después la mente queda descompensada cuando tal rutina se rompe. Sin llegar a comprender por qué, nos sentimos incómodos, nos sentimos perdidos, nos sentimos solos.
EL sol sale por el este y se pone por el oeste. La luna crece y decrece con la misma frecuencia en cada ciclo. Los niños nacen bebés y mueren ancianos. Primero es la vida, luego la muerte, luego la vida. Y nada de esto cambia.
Pero, ¿y si lo hace? Si ese código por el que nos regimos desaparece, si las premisas que nos ayudan a comprender se desequilibran, y si todo cuanto conocíamos cambia, ¿qué haremos entonces?
¿Por qué nos guiaremos? Y lo que es más, ¿cuánto tardaremos en reencontrar nuestro camino?
Preguntas difíciles de complicadas respuestas. Nada es lo que parece, y cuando el Dios al que siempre adoraste está muerto, debes seguir tu propio camino.
Espontaneidad. Esa es la respuesta.
¿O no?