miércoles, 24 de junio de 2015

¡Nos mudamos!


A partir de ahora, si queréis seguir mis andanzas, podéis visitarme aquí:

domingo, 5 de octubre de 2014

And so...


And so, que la vida sigue su curso. Que nunca sabemos qué va a pasar ni cómo, y que es una curiosa manera de empezar el día ver unas orejas puntiagudas cruzar a saltitos por delante de la ventana. Que no podemos tener mascotas en casa, pero creo (¡temo!) que hayamos adoptado a una pulga. Que, la segunda cosa más maravillosa del mundo (a día de hoy) es sentir el cariño de un perro peludo que te quiere, incluso aunque no te conozca de nada. Que la rueda gira y gira, pero llega un momento en que los engranajes encajan y ponen en movimiento una maquinaria de una potencia tal que no eres capaz de imaginar. Que, si alguien puede hacer que deje de morder el aire, eres tú. Que las lunas van pasando y las pesadillas se desdibujan. Que hay que dar las gracias, siempre, incluso por la cosa más pequeña. Aunque el precio sea muy grande. Pero algunos sacrificios no cuestan tanto. Ya queda poco...

domingo, 28 de septiembre de 2014

El Miedo

"El miedo es... nos vincula, sin duda, al miedo que en determinadas circunstancias (de peligro, de acoso) pueden llegar a sentir los animales (puesto que especie animal al fin y al cabo somos); pero también adquiere, entre los seres huamnos, dimensiones y matices mucho más amplios, intensos y dramáticos..., porque los miedos humanos echan fuertes raíces en la memoria, se expanden y ramifican al ritmo exuberante de la voz que crea y transmite el rumor, se tiñen de los estrafalarios colores del arte; hasta se mezclan, en ocasiones, con el extraño caudal del amor". 

Antropologías del miedo. Vampiros, sacamantecas, locos, enterrados vivos y otras pesadillas de la razón, Gerardo Fernández Juárez y José Manuel Pedrosa (eds.), Madrid, Calambur Editorial, 2008. 

jueves, 20 de febrero de 2014

La casa de Asterión, de Borges

La casa de Asterión, de Borges

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz  de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
    El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos. 
    Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
    No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo. 
    Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
   

    El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
    -¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.


miércoles, 15 de enero de 2014

Fragmentos. La otra Penélope

Pasajes de Las voces de Penélope, pieza teatral de Itziar Pascual
(extractos del artículo "“Penélope se hace a la mar: la remitificación de una heroína”, 
de R. González Delgado (2005), Estudios Clásicos 128, pp. 7-21).


«También la mujer que espera (que en un momento de la obra se convertirá en 'la mujer que esperó'), con un carácter atemporal, viene a decir que no hay final para la espera y no se puede retener el amor, pues la desesperación de la espera termina por hacer mella en la mujer (p. 114):
LA MUJER QUE ESPERA. Días, semanas, meses. Fragmentos de una eternidad que se posa sobre mi piel. Sobre mi rostro ojeras que me regaló la noche; el brillo en los ojos del sueño helado; los labios partidos de no besar, o de hacerlo para conjurar tu recuerdo. No sé. Me alivia saber que fui capaz de vivir una noche más sin ti. Me enseñaste a amar, a reír, a volar. Pero se te olvidó enseñarme a olvidar».

«PENÉLOPE. La historia oficial no me representa, porque está tallada por los vencedores. La mía la escribió en piedra mi marido, Ulises. Fue una vida para la gloria y la conquista, el triunfo sobre la guerra y la muerte. Mi conquista fue mucho más discreta: la del diminuto espacio del ser y el estar. Aprendí a esperar, pero no como ellos creen. La espera es una forma de resistencia. Es un acto silencioso de reafirmación. [...] Al principio -es verdad- esperaba por él. Esperaba la sorpresa de su barco en el horizonte [...]. El tiempo me hizo menos dependiente. Asumí que aquel hijo era sólo mi hijo; que la historia de nuestro tálamo estaba perdida y obviada. Que sólo volvería cuando se sintiera satisfecho de sí mismo. Aunque ello le llevara buena parte de mi historia cotidiana; lo mejor de mi juventud y de mi fe en la vida [...]. El dolor. (Largo silencio.) Las primeras lunas me visitaron con el hastío de la vejez prematura. Me preguntaba por el sentido de aquella ausencia, de aquel ir en busca de bienes, ese infinito deseo por lo que no tenía. Ese querer siempre más. Fue entonces, una de esas noches, cuando alguien me sugirió el juego del telar. A tejer y destejer [...] ... Imprescindible para hilar esa parte de historia oficial que tanto les gusta [...]. A veces me pregunto qué le hizo volver. No lo hizo por mí. La vejez me ha hecho intuir que fue un acto de demostración. Había salido triunfante de las batallas, nadie podía con su tenacidad. Un guerrero sin oda no es nadie. [...]. La espera me hizo más fuerte, más segura y descreída. Llegaban rumores constantes de regresos o tragedias. Y un día aprendí a esperar. A esperarme a mí misma. Y a proteger un poco ese lado del corazón que se hace arena o fuente, dependiendo de la luz que lo ilumina. Aprendí a mirar mi sombra paseando por la orilla con una tristeza que construye futuro. Esa tristeza dio paso a la serenidad. Y la serenidad a la calma. Y la calma a la inquietud por ser yo, no la espera de otro. Me esperé a mí misma. Esta es mi verdadera historia».

«LA MUJER QUE ESPERA. ¿Quién viajó de los dos? Yo me fui sin mover los pies. Me revolví hasta desaparecer. Tú viajaste para volar; yo, para enterrarme y renacer. Ahora sé que tu viaje fue una invitación al mío. [...]. Sabes, Ulises ... ¿Te importa que te llama Ulises? Me hiciste daño. (Pausa.) Y me hiciste bien. Me regalaste el desgarro envuelto en papel de celofán. Pero al romperme, me vi atrapada en la historia; en la mirada de esas mujeres que aguardan tras la celosía de una ventana. Y decidí salir. Rasgar mi piel para tomar otra. (Pausa.) Y volé, Ulises. Con las alas de quien se sintió mendigo de la vida y ahora se sabe propietario de ella. [...] Supongo que ahora entiendes mi silencio. Meses y meses sin palabras, sin cartas, sin llamadas. Pero sólo lo supongo, Ulises. Llega un día en que las huellas de lo que ocurrió se hacen borrosas. Y te confundes al repetir cómo fue ... t...] Y ahora estás aquí. A la vuelta de los años. Solo. (Pausa.) Pero esa es otra historia. Tú querías saber. Y esto es lo que fue».

jueves, 26 de diciembre de 2013

Confesiones. Otra vez

Cuanto más tiempo paso inmersa en las redes sociales, más me doy cuenta de que a nadie le importa lo que tengamos que decir. Leo, en ocasiones con demasiada asiduidad, el día a día de personas a las que no conozco, mientras que la gente cercana a mí se mantiene en un ceñudo mutismo cibernáutico. Mi muro se ha convertido en un escaparate lleno de spam, de farragosas confesiones de desamor, o de quejas por la resaca de fin de semana (por suerte, y porque tengo dos dedos de frente, estos casos son los menos). O de quejas por cómo va el país. O de quejas porque la gente es muy falsa. O de quejas porque a un señor que vive a doscientos kilómetros de mi casa no le ha gustado la opinión que di sobre los callos que comí la semana pasada. O de quejas porque es Navidad y porque eso es muy consumista y porque es una moda social y porque hay que apartarse de ellas. Creo haber perdido ya la cuenta de las quejas que he leído en estos últimos días sobre el hecho de "felicitar la Navidad", así como de las ingeniosísimas felicitaciones alternativas a estas fechas. 

Lo peor es que, a veces, me asalta la -gracias a Dios- transitoria idea de plasmar alguno de mis superprofundos pensamientos. O alguna queja, precisamente por todo lo anterior, o por algo nuevo. O una onírica reflexión que revela más de mí de lo que estaría tentada a admitir. Pero después, por esta maldita costumbre de pensar antes de abrir la boca y de contener mis dedos antes de ponerme a escribir a lo loco, hábito que he adquirido a fuerza de golpes machacones, me doy cuenta de que a nadie importa lo que yo tenga que decir. ¿Quién tendrá el más mínimo interés por saber que tengo la enfermedad del sueño, yo que no soy más que un individuo anónimo tras un pseudónimo literario y a quien, por supuesto, no conocen? ¿Quién se preocupará por que yo diga que necesito huir, o por que la comida se me haya quemado? ¿Acaso alguien llamará desesperado a mi puerta cuando cuelgue una foto del último plato que cociné, que sabía a gloria?

A veces me gustaría ser más normal y pensar menos. Ser capaz de exhibir en mi muro de Facebook mis intimidades, compartir con mis entregados fans esa historia de desamor y recibir consejos de gente que vive en ciudades donde es de día cuando aquí ya cae la noche. Leer una felicitación por haber adelgazado doscientos gramos en Navidad de la otra única persona que está a dieta en estos días, seguramente en la otra punta del mundo, si es que existe. A veces me gustaría ser normal. 




Pero entonces miro de nuevo a esa gente y me doy cuenta de que me es indiferente si son o no felices. Si sus mensajes son un acto de sinceridad o tan solo una mera mentira literaria, una pose. Me da lo mismo. Y esa indiferencia, estoy segura, no es más que un espejo donde nos miramos todos de vez en cuanto. A nadie cambiará la vida si yo subo una foto de mi escote, artísticamente difuminado, o de mis lágrimas amargas para conmiseración y disfrute de los morbosos mirones del Caralibro. Y me oculto cada vez más en mi caverna y me pongo la máscara de socialidad para que nadie se de cuenta de que ya no soy la misma. De que no soy como ellos. Nunca lo fui, pero ahora cada vez menos. 

Como decía Dexter, 


"For so long all I wanted was to be like other people. 
To feel what they felt. But now that I do, I just want it to stop". 

Para bien o para mal, nunca podré ser como ellos. Siempre seré la nota discordante, la sombra que mira en la oscuridad. Hasta que el ocaso de mi tiempo me lleve lejos y el recuerdo de mi nombre se desvanezca hasta quedar solo en las palabras. Si es que esa realidad, por supuesto, aún existe. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Confessions. A mirror. The path.


"As much as I may have pretended otherwise, for so long all I wanted was to be like other people. To feel what they felt. But now that I do, I just want it to stop." .-Dexter. 

This was never about forgiveness or about redemption. It was just about learning to live with The Code. It is nonsense that he dropped his sister's body, the only person he has truly loved (apart from Hannah and, in a very particular way, Rita), in the very same spot where he used to drop chopped criminals' bodies. It is nonsense that he punishes himself according to a moral he does not have. And IT does not simply vanishes. IT is always with you, no matter how far you run away, how deep you hide. 

But they were somehow right:

"And that's the cost of being a human being. Do you know how much easier it is to be a sociopath, and not to think and not to have anxiety and not to have hesitation or to love? I'm hoping that in addition to it making sense for Dexter's specific journey, it is an analysis or a look at how hard it is to be a human being". 


The things we love. 



The things that make us hurt. 


'Unbowed, unbent, unbroken' is no longer a matter of aesthetics, 
but a way of living'. 


The one and only.

Noche sin luna


Recurrir al piano significa que, en el fondo, esto es grave.