viernes, 3 de febrero de 2012

La mejor decisión de nuestras vidas.

Hace ya casi un año y medio, mi hermana con su persistencia logró lo que no habíamos conseguido en años y años de insistir a mis padres. Por fin, después de mucho discutir, mandar emails, poner ojitos, llorar por las esquinas y buscar razones hasta debajo de las piedras, mi hermanísima convenció a mis padres de que lo mejor que podíamos hacer era adoptar un perro.

Yo no estaba muy de acuerdo por varias razones. En primer lugar, porque era una enorme responsabilidad, y yo estaba hasta arriba de trabajo y no creía poder encargarme de más en ese momento. Después, la casa iba a estar patas arriba con un cachorro, iba a oler a perro (a mí lo que me gustaban eran los gatos), y las cosas rotas iban a estar por todas partes. Y por último, pero no menos importante, a mi madre le daban mucho miedo los perros y pensaba que era muy egoísta meter un perro en casa porque mi hermana quisiera, sin pensar en los demás. Y a todo esto se añadían los problemas para irse de vacaciones, de fin de semana, ir a comer fuera, etc.

Pero mi hermana se había salido con la suya, y estaban ya en pleno proceso de búsqueda. Encima, ella quería un bulldog francés, y no hacían más que buscar por criaderos un enano que les gustara. Pero a mí no me parecía bien, porque eran muy caros (700 euros), tenían muchos problemas de salud (problemas de piel, de huesos, de respiración...), y no me terminaban de convencer. Y lo mismo pasaba con los retriever, que es lo que querían mis padres. Son animales típicos, que se ponen de moda en una época, y la gente los coge sin discriminación, sin darse cuenta de que hay muchos más animales que serán más bonitos, más inteligentes y más agradecidos, porque viven en una perrera o protectora y así les salvarían la vida.

Entonces, mientras ellos buscaban por distintos criaderos y veterinarios, creo que fue mi hermana quien encontró por primera vez la foto que nos cambiaría la vida.


Cuando le vi, algo dentro de mí cambió para siempre. Supe que ya no quería gatos, ni peces, ni bulldogs ni nada que no fuera aquella pequeña bolita peluda y desvalida. Y entonces empecé a insistir todo lo posible para adoptar a aquel pequeño.

Vino bautizado, triste, muerto de frío y de miedo, solito tras perder a su mamá, pero no tardó más de un día en hacerse dueño de la casa. Recuerdo perfectamente, y creo que no lo voy a olvidar jamás, el momento en el que la colaboradora de Propatas sacó a Otto de su transportín y nos lo trajo. En ese momento lo cogí en brazos y ya no lo pude soltar. Sé que nos contó qué le teníamos que dar de comer, cómo cuidarle, y muchas más cosas, pero yo tenía a aquel chiquitín abrazado para que no tuviera frío, y no recuerdo nada más.

Era octubre, a finales de mes (creo que el día 30), y lo habían abandonado junto a su mamá, muy malita, en un pueblo de la provincia. La mamá era una podenca - lo que yo daría por haberla visto, y ojalá por haberla podido salvar también - y el papá... bueno, algún perro pastor del pueblo. Por su aspecto y su carácter, algún pastor (alemán posiblemente).

Mi madre insistía en que le acogíamos una semana de prueba, porque no estaba segura de poder hacerlo, pero según me lo llevaba para casa en brazos, envuelto en mi cazadora, me juré que ese perro no iba a volver a la calle.
Estaba tan triste, tan apagado. Se quedaba donde le pusieras, daba un par de tímidos pasitos, y se acurrucaba en el regazo de cualquiera que quisiera darle un poco de calor.

Era tan chiquitín que el culete se le resbalaba por el suelo y se caía el pobrecito.

Pero al día siguiente, cuando le subimos un montón de juguetes para morder y jugar, se convirtió en otro perro diferente.

Empezó a sentirse cómodo y confiado, jugaba con nosotras (quisiéramos o no quisiéramos), y consiguió que mi madre dejase de tener miedo a los perros, fueran cuales fueran. Nos trajo alegría, compromiso y cercanía, y nos demostró que un perro es, muchas veces, más inteligente y agradecido que un humano.

No voy a negar que nos ha dado problemas y preocupaciones. Ha estado malito alguna vez, y la angustia que te produce solo el pensar en perderlo es mayor de lo que uno casi puede soportar. Pero en la balanza, pesan mucho, mucho más las cosas buenas que Otto nos ha aportado.


Él ha tenido mucha suerte, y me encantaría poder decir que la mayoría de perros acaban así. Pero hay demasiadas camadas no deseadas, demasiada gentuza que abandona al que durante un tiempo ha sido su mejor amigo, y por desgracia hay demasiados pocos hogares que pueden acoger o adoptar definitivamente a estos pobres seres a los que el mundo trata tan mal.

Por eso, cuando llegó el momento, con todo el dolor de nuestro corazón decidimos castrar a Otto. Me habría encantado poder tener Ottitos llegado el momento, y darles amor y cuidarles para siempre. Y tener muchas generaciones de Ottos corriendo por mi casa.

Pero quizás en un futuro, alguno de mis Ottos terminase en la calle, muriendo de frío y soledad, y no podría soportarlo. Y además, hay muchos más Ottos en las protectoras, en las perreras, esperando que vayas y los adoptes. Porque eso es lo mejor que se puede hacer.

Son muchas las ventajas de adoptar. De adoptar un perro mestizo. Sea adulto o sea cachorro. De darle de nuevo al perro abandonado la seguridad y el cariño de un hogar. Son tantas que no me voy a parar a contarlas. Para el perro, todo son cosas buenas.

Pero como la gente suele ser egoísta y pensar más en sí misma, les diré que para los adoptantes son también todo ventajas. Son perros sumamente inteligentes. Cuando Otto no tenía más que 4 meses o así, en el parque nos encontrábamos con unas parejas con perros ya adultos que jugaban con la pelota. Eran perros de raza, obedientes, educados por un entrenador, que iban a por su pelota, volvían y se sentaban a una orden. Otto jugaba también con la pelota, pero se la quitaba, corría, jugaba libremente y tenía capacidad de improvisar. Sin su rutina, ellos se quedaban quietos. Otto demostraba que él tenía algo más que eso. Y no hablaré ya de los miles de trucos que mi hermanísima le ha enseñado. Lo de sentarse, dar la pata y tumbarse se presupone. Pero Otto también se hace el muerto, te choca los cinco (y los diez) a la mano y al pie, gatea, y está aprendiendo a fingir que cojea!

Son perros agradecidos. Y cariñosos. Otto adora que le den mimos, y a la gente de su manada la ama y la reconoce donde sea. Jamás he visto a nadie tan emocionado por volverte a ver.

Y además, adoptando a un perro como este habrás salvado una vida. Esa satisfacción personal no te la va a quitar nadie.

Si quieres un perro, adopta, no compres. Hay miles y miles de asociaciones que te dan todas las facilidades del mundo para adoptar, acoger o incluso solo colaborar para salvar vidas. Propatas es una de ellas, pero en cada ciudad hay muchas más. Busca en las redes sociales o en internet, o acércate a la perrera a buscar a tu futuro compañero. ÉL te lo agradecerá. YO te lo agradeceré. Y todos estaremos mucho más contentos.