jueves, 29 de octubre de 2009

Política de educación y nuevas tecnologías

100 entradas, muchas gracias.

Completamente de acuerdo con la profesora S.G.A., he de admitir que un texto es siempre causa y consecuencia de otro texto, cerrando así el ciclo literario que se ha repetido, se repite, y se repetirá a lo largo de los siglos, la historia, y los cuadernos.

Y como tal, doy mi personal respuesta. Una apología (secreta), una queja (seguro?), una literatura (la mía). Y el que quiera entender, que entienda...

Eduardo Martín Baró se acercó, un diecisiete de octubre de un año por concretar, al IKEA de Madrid, equipado con su maletín, donde guardaba las notas de clase, un sombrero de fieltro oscuro, y una bufanda de cuadros, regalo de su mujer.

El viaje en el autobús fue el habitual, ni corto ni largo, ni frío ni cálido, ni bueno ni malo, sino el de siempre. Bajó, como cada martes, con el pie derecho por delante, pisando con cuidado en la baldosa entera, que la de la izquierda llevaba rota desde antes incluso de la inauguración (pobres augures, qué tendrán que ver) del susodicho centro comercial.

Saludó, como cada martes, al Caballero de Mono Azul, que limpiaba el parking de colillas. Condenados gamberros malolientes, si lo hubiéramos visto venir... Pero ya daba lo mismo, el tiempo se agotaba como se abogatan los dichos de los viejos, que huelen a naftalina y pasillo de hospital.

Eduardo Martín Baró saludó, como cada martes, a Josefina, la mujer de la primera caja. Era siempre muy amable y educada, se le notaba en la edad.

Como cada martes, dobló su gabardina gris y la colgó del brazo izquierdo, porque en el derecho llevaba el maletín. Carraspeó dos veces al entrar en la sección de Muebles, concretamente en Mesas y Sillas, y se sentó.

Como cada martes, Eduardo Martín Baró sacó sus viejos apuntes y comenzó a hablar. Las sillas escuchaban disciplentes, sin protestar siquiera si él cometía alguna falta propia de su edad.

A la hora de cerrar, las 13:45:06 aproximadamente, Eduardo Martín Baró cerró sus apuntes, los guardó en el maletín, y se puso la gabardina. Despidió, como cada martes, a Josefina, la mujer de la primera caja, y cogió el autobús sin pisar la baldosa de la derecha, porque ahora las veía de frente.

A la una cuarenta y cinco, hora canaria, aproximadamente, Eduardo Martín Baró se sentaba en la mesa de su cocina, y probaba la sopa de su mujer, siempre demasiado caliente.

- Se han portado bien los chicos hoy. Parece que van aprendiendo algo... *

*Texto de Morgana Majere. Es mío. :)

domingo, 4 de octubre de 2009

Con seguridad y palabras firmes



Estoy pensando en algo especial para la próxima entrada. Me encuentro en uno de esos momentos en que las cosas no podrían ir mejor ni peor, sino que están bien como están. Me siento satisfecha (normal, después de tamaño atracón este fin de semana...), me siento bien, me siento.

Y es que te hace preguntarte cosas. Cuando el tiempo pasa, llega el cuestionamiento inevitable. Y la comparación.

Y con las complicaciones de la vida llegan los secretos y las medias tintas. Y las palabras cifradas.

Pero de eso no hay que preocuparse. La felicidad y la sinceridad no siempre son buenas amigas, solo es cuestión de hacer que se conozcan.

No se puede forzar a nadie, ni siquiera una situación, para que las cosas cambien. La fluidez del paso del tiempo no puede ser detenida pues, como una presa, su desboque podría suponer la destrucción a su paso, el caos, el final.

La ataraxia del sabio es un bien alcanzable, una meta a perseguir.

¿Es tan bueno como dicen? Nunca se sabe, ya veremos.

Solo sé (que no sé nada) que 'jamás moriré del todo'.

En ninguno de los sentidos ;)